Cerca de 800 sacerdotes y 33 obispos del país participaron días atrás del IX Encuentro Nacional de Sacerdotes en Villa Cura Brochero. Las jornadas, que llevaron por lema “Llevamos un tesoro en vasijas de barro”, fueron organizadas por la Comisión Episcopal de Ministerios.
Con una presencia que se hizo notoria por estos días en las calles del pueblo, el clero nacional se congregó en el Santuario Nuestra Señora del Tránsito y Santo Cura Brochero para participar del encuentro ya tradicional.
Las jornadas contaron con conferencias y gestos de oración alusivas a la obra sacerdotal y misionera del santo argentino.
Con propuestas para la reflexión a cargo del presbítero José María Vallarino y del obispo Damián Nannini (San Miguel) y el arzobispo electo Gabriel Mestre (La Plata), se propuso impulsar una «espiritualidad sacerdotal de projimidad» y «abrazar la vulnerabilidad para la misión compartida».
En la jornada de cierre, compartieron su testimonio tres sacerdotes que ejercen su ministerio en distintas periferias: el presbítero Diego Canale (Neuquén), el presbítero Carlos Juncos (Villa de la Concepción del Río Cuarto) y el presbítero Roberto Juárez (Mendoza), así como sacerdotes del Colegio Argentino en Roma, que también quisieron hacerse presente.
Se concluyó con una misa y procesión hacia el Cristo Blanco, lugar donde se realizó hace 10 años la multitudinaria beatificación del Cura Brochero.
Monseñor Araya presidió la celebración y en su homilía, reflexionó sobre la vida de Brochero y lo que significó para él la identidad teológica del ministerio: “Se tomó el sacerdocio para trabajar en bien del prójimo hasta lo último de la vida, batallando con los enemigos del alma”.
“Hoy nosotros hablamos de sacerdocio ministerial al servicio de los fieles y hablamos de caridad pastoral, que es lo que llega, realiza, anima y unifica la vida de un cura luchando siempre como se pueda. Ese es Brochero”, destacó el prelado.
Por eso, el obispo animó a dejarse sorprender por el amor de Dios: “Ahí comienza todo”. “Dejen a su misericordia trabajar en el corazón de ustedes y de sus presbiterios. No dejen que el espíritu del mal, usando de la fragilidad real que tenemos, los lleve para su bandera, la bandera del poder clerical con todas sus conexiones y sus dañinas consecuencias”.
“Lo cierto es que a Brochero sus feligreses lo amaban entrañablemente y él se entregó a ellos completamente en cuerpo y alma, y así en las sierras de Córdoba se escribió una historia de amor reciproco hasta el final, fecunda en frutos. A Dios sea la gloria”, concluyó.
• Aica