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SECTA EN TRASLASIERRA. Revelan métodos de captación de los “sanadores egipcios”

Comenzaron a llegar a la Justicia federal los perfiles psicológicos de quienes estuvieron detenidos como imputados y que ahora podrían ser considerados damnificados por las acciones de “persuasión coercitiva” de los líderes; la Fiscalía pidió el sobreseimiento de una mujer.

Avanza la investigación de la causa judicial contra los “sanadores egipcios” que operaban en Villa Cura Brochero.

La Justicia Federal recibió los perfiles psicológicos de quienes estuvieron detenidos cuando la causa estuvo en manos del fuero provincial y que ahora podrían convertirse en víctimas.

En este marco, la Fiscalía pidió el sobreseimiento de Flavia Stefanich, quien estuvo un año y medio presa por este caso.

Cabe recordar que la Fundación Académica Sêshen estaba liderada por Álvaro Juan Aparicio Díaz, que se hacía llamar “licenciado Sahú Ari Merek”, y ofrecía “tratamientos curativos del cuerpo y la mente basados en las técnicas de los faraones”.

De imputados a víctimas

En julio pasado, el juez federal Hugo Vaca Narvaja dejó en libertad a seis de las 11 personas detenidas e imputadas en la causa.

La medida benefició a Stefanich, Carolina Altamirano, Liliana Dariomerlo, Noelia López, Maximiliano Isiksonas y Alejandra García, cada uno de los cuales debió pagar una fianza de $150.000.

Días después se sumaron Rosa Benavídez, Verónica Floridia, Claudio Urtiaga y Liliana Cristina Marcial.

Siguen en la cárcel Aparicio Díaz y Laura Carolina Cannes, su mujer. La causa se inició en 2020 en el fuero penal provincial, caratulada como “asociación ilícita, estafas reiteradas y ejercicio ilegal de la profesión de psicología”. En el fuero federal podría encaminarse hacia la “trata de personas”.

Los perfiles

Según publica el rotativo La Nación, los informes psicológicos que maneja la Justicia fueron realizados por especialistas del área de Asistencia y Prevención de la Trata de Personas del Ministerio de la Mujer provincial y dan cuenta de las graves situaciones que vivieron las víctimas en el ámbito de la “escuela”.

De acuerdo a la información, el equipo técnico señala que Aparicio Díaz y Cannes ejercieron un “poder absoluto” y se “aprovecharon” de las vulnerabilidades de las personas para “cometer el delito de trata de personas con fines de explotación”.

Al analizar a la Fundación Sêshen, sus prácticas y objetivos, la situaron en la línea de “grupos de abuso psicológico” o “grupos de manipulación psicológica”. Incluso consideraron “más adecuado” hablar del uso de la “persuasión coercitiva”, ya que el “sustantivo persuasión se refiere a la dinámica de captación y el uso de sus técnicas concretas”.

El relato de una víctima

De acuerdo a uno de los informes psicológicos consignado por La Nación, una de las víctimas fue una mujer con una historia personal particular que derivó en una situación de vulnerabilidad al momento de sumarse a la “escuela”, unos ocho años atrás.

La mujer arrancó con “terapia” con Aparicio Díaz, quien después le aconsejó seguir también sus “cursos”. Con su pareja terminaron vendiendo un terreno para afrontar los costos. En su caso, de las 33 “maestrías” llegó a realizar 16 en seis años.

El “maestro” le decía que era “carente, que esto devenía de su familia, que nunca habían sentido amor” y que él la iba a guiar “reparar los daños que sufrió”.

También le insistía que “la amistad no existía”, que solo él y su familia “sabían lo que era el amor”, ya que eran la “representación del amor en la tierra”. Se autodefinía como “el ojo que todo lo ve”.

La mujer terminó con problemas significativos con su pareja y pidiendo préstamos para seguir los cursos.

Se terminó separando, y cuando iba a iniciar un emprendimiento, a comienzos del 2020, Aparicio Díaz la calificó de “elegida” para mudarse al campo de Pozos Azules, en Traslasierra, para “estar protegida del fin del mundo que se venía”. Cuando dudó, él la presionó y le dio una lista de compras que debía llevar.

En el campo, donde había otro grupo de “elegidos”, pasaban “días sin alimentarse y bañarse” y trabajaban toda la jornada; ya tenían asignadas las tareas. Debían bañarse en un arroyo con agua sucia y estancada; Aparicio Díaz y su familia comían primero y al resto “le tocaban las sobras”.

En un momento, el “maestro” comenzó a cobrar las sesiones de terapia y las clases. Les enfatizaba que estar con él era “un honor, un privilegio” y que “le debían la vida”.

A la persona analizada por los peritos le avisaron que acumulaba, en esas semanas, una deuda de $100.000; ella pidió otro préstamo.