El avance del calor extremo en Traslasierra no es un fenómeno aislado. Desmontes, incendios y urbanización han modificado el ecosistema, intensificando las temperaturas. La solución no es sólo resistir, sino actuar: la reforestación debe ser una política urgente.
Las altas temperaturas que golpean a Traslasierra en los últimos años no son únicamente una consecuencia del cambio climático global, sino también el resultado de un profundo deterioro ambiental en la región. A medida que la deforestación avanza en nombre del desarrollo urbano y agropecuario, los efectos del calor se sienten con más crudeza, dejando en evidencia que la naturaleza responde a nuestras acciones con olas de calor cada vez más intensas y prolongadas.
El desmonte, principalmente impulsado por la expansión de la frontera agropecuaria, ha reducido drásticamente la cobertura forestal nativa, aquella que cumplía un rol clave en la regulación térmica del ambiente. Los árboles, con su sombra y capacidad de retener humedad, eran el escudo natural contra la aridez extrema. Sin ellos, el suelo se calienta con mayor rapidez y las temperaturas alcanzan niveles insoportables. A esto se suma la destrucción de ecosistemas enteros por incendios forestales, muchos de ellos provocados por la mano del hombre, ya sea de manera intencional o por negligencia.
La urbanización sin planificación también ha sido un factor determinante. Con cada loteo que se extiende sobre zonas que antes eran monte, el suelo pierde permeabilidad, la retención de agua disminuye y la isla de calor se expande. En lugar de priorizar la conservación de espacios verdes, el crecimiento de las localidades ha estado marcado por la falta de árboles y la proliferación de superficies de cemento que potencian la acumulación térmica.
El problema está sobre la mesa, pero la solución también: reforestar. No se trata solamente de una cuestión estética, sino de una necesidad ambiental urgente. Plantar árboles no es un simple gesto ecológico, es una estrategia concreta para mitigar los efectos del calor extremo. Sin embargo, esto no puede quedar únicamente en manos de iniciativas individuales o de pequeños grupos de voluntarios. Se requiere una política pública decidida, con programas de reforestación sostenidos en el tiempo, educación ambiental y sanciones estrictas para quienes atenten contra los bosques nativos.
Las comunidades de Traslasierra deben asumir este desafío como una prioridad. La colaboración entre municipios, organizaciones ambientales y ciudadanos es clave para revertir el daño causado y construir un futuro en el que el calor no sea una condena, sino un factor manejable dentro de un entorno equilibrado. Promover la plantación de árboles en espacios urbanos, recuperar áreas degradadas y generar conciencia sobre la importancia de los ecosistemas son acciones ineludibles si queremos preservar la calidad de vida en la región.
El drama del calor en Traslasierra no es una fatalidad inevitable, es el resultado de decisiones que pueden y deben corregirse. Está en nuestras manos revertir el daño y devolverle al monte su capacidad de protegernos. La reforestación no puede esperar.
• El Ciudadano.