Pulsa «Intro» para saltar al contenido

La deuda impaga con los huérfanos del femicidio

Los números ya no sorprenden, pero deberían seguir doliendo. En lo que va de 2025, 93 mujeres han sido asesinadas en Argentina víctimas de femicidios. Detrás de cada una de estas muertes hay un drama mayor, menos visible y profundamente cruel: 61 niñas, niños y adolescentes quedaron huérfanos, arrancados de su madre por la violencia más brutal. Víctimas colaterales, pero víctimas al fin.

Este dato, revelado por el último informe del Observatorio MuMaLá, debería sacudirnos como sociedad. Porque no sólo estamos fallando en proteger a las mujeres, sino que también estamos dejando a sus hijos a la intemperie, sin un sistema que los ampare ni un Estado que los cobije cuando todo se desmorona.

La estadística es clara, en siete de cada 10 casos, el asesino es alguien del círculo más íntimo: una pareja, un ex, un familiar. Y en siete de cada 10 femicidios, el crimen ocurre en el hogar, ese espacio que debería ser un refugio y no un campo de batalla.

Hoy Córdoba contabiliza seis femicidios en lo que va del año y las historias se suman a una larga lista de nombres que se pierden en la rutina informativa, pero que dejan detrás a hijos e hijas que cargarán con una herida que no cierra. Muchos de ellos terminan en hogares sustitutos, al cuidado de familiares que apenas logran sostenerse o en situaciones de extrema vulnerabilidad. ¿Qué respuesta les estamos dando como sociedad? La verdad es incómoda: ninguna.

El ajuste presupuestario que atraviesa el país no es neutro. Cuando se recortan fondos, no sólo se cierran oficinas: se desmantelan programas de prevención, se dejan sin recursos las casas de protección, se abandonan las líneas de atención y, sobre todo, se resigna la posibilidad de evitar que estas tragedias sigan ocurriendo. Como advierten desde MuMaLá, «el ajuste también mata».

Lo que agrava aún más esta crisis es la ausencia de una política pública sólida que contemple a estos niños y adolescentes. No basta con denunciar la violencia de género si no se crean mecanismos efectivos para proteger a quienes quedan atrapados en su estela de destrucción. Porque las infancias que pierden a sus madres en estos crímenes sufren un trauma profundo, y la mayoría no accede a apoyo psicológico, ni a contención, ni a un plan concreto que les permita salir adelante.

Hoy, en Argentina, la violencia de género sigue matando mujeres. También sigue rompiendo familias, dejando huérfanos y generando una deuda social que nadie parece dispuesto a saldar. El Estado llega tarde, las medidas son débiles y las respuestas, insuficientes.

Es hora de decirlo sin eufemismos: mientras no asumamos que proteger a las mujeres es también proteger a sus hijos, y que cada femicidio deja a menores desamparados, seguiremos fallando como país. La violencia no termina con la muerte de una mujer: deja cicatrices que atraviesan generaciones. Y frente a eso, el silencio y la inacción ya no son una opción.

• El Ciudadano.