Cada muerte en el tránsito sacude al Valle, pero no siempre alcanza para cambiar conductas. La reciente tragedia en la Circunvalación de Villa Dolores expone, una vez más, la urgencia de manejar con conciencia y de asumir que la imprudencia también mata.
El Valle de Traslasierra volvió a estremecerse ante la noticia de una muerte en la vía pública. Hace apenas unos días, un joven motociclista perdió la vida tras un violento choque en la Avenida Circunvalación de Villa Dolores, en cercanías de la rotonda que conecta con el camino a Conlara. Las causas del hecho aún están bajo investigación, pero el resultado —la pérdida irreparable de una vida— vuelve a encender todas las alarmas sobre el drama silencioso y cotidiano de la siniestralidad vial en la región.
Más allá de las pericias técnicas y las responsabilidades individuales, cada accidente nos enfrenta a una verdad incómoda: nuestras calles y rutas son escenarios cada vez más complejos, y la falta de conciencia al conducir sigue cobrando vidas. La tragedia no distingue edad, ni horario, ni lugar. Puede suceder en una esquina céntrica o en una ruta solitaria, en un cruce señalizado o en una curva mal iluminada. Pero en la mayoría de los casos, hay un denominador común: la imprudencia.
Exceso de velocidad, maniobras temerarias, distracciones al volante, uso inadecuado del casco o del cinturón de seguridad, consumo de alcohol o sustancias, desconocimiento de las normas de tránsito o, simplemente, la falsa sensación de que «a mí no me va a pasar». Todos esos factores están presentes, de una u otra forma, en la mayoría de los siniestros que enlutan al Valle.
La Avenida Circunvalación de Villa Dolores, inaugurada para mejorar el tránsito y descongestionar el casco urbano, se ha convertido también en una arteria peligrosa si no se respeta su uso con responsabilidad. Allí, como en tantas otras vías de la región, la falta de controles permanentes se suma al escaso respeto por las normas, generando un cóctel de riesgo constante.
Es urgente repensar nuestras conductas al volante y también exigir políticas públicas más eficaces: señalización adecuada, campañas de concientización, educación vial en las escuelas, operativos de control con recursos reales y sostenidos, planificación urbana que priorice la seguridad y no únicamente la fluidez del tránsito.
Pero no alcanza con reclamar. La solución también está en nuestras manos. Conducir no puede ser un acto automático, ni tampoco un ejercicio de poder o impaciencia. Conducir es una responsabilidad con uno mismo, con quienes llevamos a bordo y con todos los demás que comparten el espacio público.
La muerte de un joven en una motocicleta no debe ser una cifra más. Debe dolernos lo suficiente como para cambiar. Porque cada vida perdida en el tránsito es una derrota colectiva. Y porque evitar la próxima tragedia no es una utopía: es una obligación moral que debemos asumir entre todos.
• El Ciudadano.

