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BEATRIZ TOMBEUR. La profe que escribía “para vivir”

Beatriz Tombeur nació el 12 de abril de 1947 en Villa Devoto, Capital Federal. Hija de Juan Roberto Tombeur y Ana Mendoza. A partir de los cinco años, junto a su familia comenzó a veranear en Villa de Las Rosas, en una casita llamada “La Gauchita”, que fue el nido de los sueños de su infancia y juventud.

Año tras año, el matrimonio y sus cinco hijos viajaban en tren desde la Capital Federal a Traslasierra, todos los meses de enero. Estar en la zona era para la familia Tombeur una cuota de libertad.

Beatriz, con el tiempo, se radicó en la ciudad de Córdoba, donde vivió durante siete años. Se trasladó desde Buenos Aires a la capital cordobesa tras conseguir un pase del poder judicial de la Nación, donde se desempeñaba como empleada.

Vivió en Córdoba en el principio dela década del ‘70, que estuvo signada por la violencia y los cambios de gobierno. De esa época nefasta, recordaba el ruido de balas en las calles cordobesas.

En 1976 se trasladó a “La Gauchita” junto a su marido y a sus dos hijas: María Eugenia y María Beatriz. Así pudo dedicarse de lleno a ellas. Al año y medio, se radicó en Villa Dolores, donde se domicilió definitivamente.

Beatriz había estudiado Abogacía en Buenos Aires pero con el tiempo la abandonó. En 1977 se abrió el profesorado de Castellano, Literatura e Historia en el Instituto Brizuela. Ante esta oportunidad y considerando que su vocación siempre fueron las Letras, inició sus estudios en la institución y se recibió. Fue integrante de la primera promoción de profesores egresados del establecimiento.

La profesora fue concejal por el radicalismo en Villa Dolores e integrante de la Junta Municipal de Historia, desde su creación, en la intendencia de Melchor Martino. Además, fue miembro de Tardes de la Biblioteca Sarmiento.

Beatriz dejó este mundo en 2021, tras sembrar afectos perdurables. En una de las tantas conversaciones con este diario EL CIUDADANO, habló de su vida, sus pasiones y de su Villa Dolores. En honor a la entrañable profe “Suzuki”, aquí reproducimos el diálogo que tuvo como escenario su acogedor hogar de barrio Hipódromo:

– ¿Quién ha sido la persona que más la ha marcado?

– Mi padre Roberto. Me reconozco en él. Soy exageradamente parecida en cuanto a los gustos e inquietudes. Todos los libros que me rodean forman parte de su biblioteca, en la cual me permitía sumergirme desde muy niña, sin censuras. Era un autodidacta y fuimos grandes amigos.

– ¿Qué es lo que más le gusta hacer?

– Estudiar. Lo hago todos los días a pesar de que ya no ejerzo la docencia. Me gusta mucho la historia. Leo permanentemente y me encanta escribir desde pequeña. Creo que si no escribiera, no podría vivir. Un día el escritor Osvaldo Guevara me preguntó por qué escribía. Le dije: “Para vivir”.

– ¿De no haber sido docente, que le hubiera gustado ser?

– Ninguna otra. Luego de jubilarme, sentí un vacío profundo. Me preguntaba a quién le iba a dar todo lo que tenía adentro. Siempre puse pasión en la relación con mis alumnos. Algunos me habrán querido más y otros menos, pero yo los he amado a todos. Me provoca un goce infinito verlos. Aunque no recuerde el nombre de todos, sí recuerdo sus caritas. Me encanta saber de ellos.

– ¿Conforme con la vida?

– Sí. He tenido nubes y soles. Días felices y otros muy húmedos. Pero estoy conforme porque hice lo que creía debía hacer. Estoy rodeada del amor de mi familia y amigos. La vida no sería nada sin amigos.

– ¿Cuál es su principal deseo?

– Envejecer bien. Trato de cuidarme. Estar lúcida. Que Dios me perdone el día que me vaya por todas las faltas que pueda haber cometido.

– ¿Qué persona pública local admira?

– Son varias. Una es el escribano Domiciano Osvaldo Herrero. A pesar de la diferencia de edad, me ha hecho sentir su amiga. Enseña lo que es el amor por la historia y la búsqueda permanente del dato.

El otro es Osvaldo Guevara, quien ha incentivado en mí la necesidad de superación a la hora de escribir. Siempre me dijo que no hay que enamorarse del texto, sino que hay que pulirlo, tachar, romper, reescribir.

También siento una mezcla de respeto con afecto por el doctor Jorge Alberto Celli, que me introdujo en la vida política. Siento mucho su ausencia. Hace falta un “Pupa”.

Y siento un gran respeto por el Cura Brochero. He estudiado sobre su vida y he adquirido fe en su intermediación ante Dios. Fue el más grande de todos los que vivieron por aquí.

– ¿Cómo ve a su comunidad?

– Desde que me vine a vivir acá·, ha cambiado muchísimo. La ciudad ha progresado increíblemente. Las comunicaciones y los caminos han mejorado.

– ¿Qué necesita esta población?

– Tiene tantas cosas, que necesita pocas. La gente es regia, a pesar de sus defectos y virtudes. Éste es un paraíso. Cuando me voy a las grandes ciudades, estoy esperando volver. Soy porteña de nacimiento, pero me siento profundamente dolorense.

No obstante, haría falta una universidad para que nuestros hijos no se tengan que ir y también hace falta la instalación de industrias que permitan crear fuentes de trabajo.

Archivo El Ciudadano

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