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ARGENTINA. Sin fundamentos de esperanza

Los planes sociales han sido siempre motivo de polémica en Argentina. ¿Qué hacer con ellos: eliminarlos, sostenerlos o incluso ampliarlos?

Se estima que se otorgan alrededor de 12 millones de beneficios no contributivos en el país; sin embargo, hay 18 millones de pobres.

Esto quiere decir que a pesar de la imponente presencia de los planes, la pobreza persiste. Son simplemente paliativos que lejos están de acabar con las necesidades de la gente.

En vez de hacerse foco en este tipo de beneficios, la atención debería centrarse en generar empleos de calidad, ya que constituyen la única solución legítima de la pobreza.

Para ello es vital que el Gobierno de turno y aquellos que lo sucedan en el tiempo generen las condiciones favorables para el desarrollo de la economía, a través de incentivos a las inversiones en la producción y generación de empleo.

Esto sólo es posible con estabilidad económica, seguridad jurídica, ordenamiento tributario, mejor infraestructura e instituciones laborales que no desaliente las contrataciones, entre tantas otras cuestiones que hoy suenan a utopía en esta nación.

En este contexto, un punto clave es la capacitación del capital humano, con la finalidad de que los argentinos puedan en algún momento insertarse en el mercado laboral y productivo.

La educación, como derecho inalienable al ser humano, debe adecuarse a los nuevos tiempos. El mercado laboral y las oportunidades de trabajo han mutado con las nuevas tecnologías y servicios modernos, y en ese sentido debería encaminarse la formación de los argentinos.

La transformación de planes sociales en empleos de calidad, no solamente requiere de un país ordenado económicamente, sino también de habitantes con capacidades y conocimientos acordes a los nuevos tiempos.

Pero, mientras tanto, Argentina atraviesa nuevamente un horizonte de mayor aceleración inflacionaria, que no es más que la consecuencia de una casta política que no ha dado ninguna solución a ningún problema, sino todo lo contrario.

Actualmente, no hay fundamentos para la esperanza.

• El Ciudadano