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VILLA DOLORES, DICEN QUE DICEN: Internacional y popular

Dicen que en el Hotel Internacional de Villa Dolores, en tiempos en que la concesión de su comedor –desde 1962– estaba a cargo de Antonio Ramón Castro, el querido ‘Castrito’ o ‘Pitú’, había una mesa de grandes dimensiones a la que llamaban “la popular”, porque a su vera se sentaron desde ilustres lustrabotas o grandes deportistas como Nicolino Locche y “Ringo” Bonavena, y hasta un presidente de la Nación: don Arturo Illia. 

El Dr. Arnaldo Olmedo, quien era muy estimado por todos los parroquianos, vestido con traje blanco de lino –característico en él–, camisa roja, moño blanco y medias rojas, se solía sentar en la cabecera de esa mesa legendaria que, usualmente, siempre estaba colmada.

Además de variados y altamente recomendables manjares a la carta, había un menú que constaba de una sopa como entrada, primer plato fiambre con ensalada y después un “plato fuerte” constituido por albóndigas o tallarines, con sus respectivas salsas.

Cierta vez había asistido un señor de apellido Montes, porteño él, al que llamaban “el General”. Parece que su comportamiento concordaba con el de esos representantes de la Capital Federal que se destacaban por lo parlanchín y charlatán –aunque, claro está, también los hay de tantos y diversos lugares–. Acto seguido lo atiende “Castrito” y luego de encargar –con su habitual pucho en la boca– el pedido, sale de la cocina y le sirve al “General” una milanesa sobre la descomunal mesa, no en el plato, y al amagar irse, Montes lo llama y, con una acentuada tonada porteña, le dice: “‘Pitú’, ponéme la ensalada en el suelo, mejor, ¡así voy ‘picando’ viste!”, lo que provocó una generalizada carcajada en los numerosos y variados concurrentes a aquel recordado Restaurant, de ese Hotel Internacional que se llevó parte de la historia e identidad de Villa Dolores cuando lo demolieron.

Conocida desconocida

Amiga y amigo rumbeaban hacia el Río de Los Sauces, bajando por la calle que tantas veces había sabido de sus pisadas cuando, en su juventud, confluían en el predio que albergó, sucesivamente, a boliches bailables como “Sákate”, “Éxocet”, “Chocolate” y, más recientemente, “30 y Pico”. También recordaron que, sobre la misma arteria 50 metro antes de llegar a dicho predio, estuvieron “La Canoa” y la parrilla “Humo Verde”. 

Ella vestía una solera lila que cubría su colorido traje de baño. Él, con short anaranjado y remera blanca, portaba visibles anteojos de considerable aumento ocular. Cuando llegaron al curso de agua, comentaron las causas de porqué el mismo estaba casi ausente en esta parte del río, “lo que afecta severamente el aspecto ambiental y de biodiversidad de sus costas”.

La dama caminó varias cuadras hacia el oeste por la margen sur y dio un rodeo hasta cruzar de una orilla a otra. Volvió por la rivera norte, hasta constatar que estaba justo en frente del lugar donde su amigo aún jugaba, pensativo, con una varilla de sauce en el agua.

Al cruzar nuevamente el río, a escasa distancia de su compinche de caminatas, le dijo: “Qué hermosa tarde, ¿no?”, a lo que su cercano interlocutor, ya sin los voluminosos lentes, con actitud de total ajenidad y estableciendo una considerable distancia hacia esa persona que se dirigía a él, respondió: “Perdón… ¿nos conocemos?”,  entrecerrando y empequeñeciendo aún más sus ojos.

Desconcertada, la amiga respondió de manera contundente: “¡Velo al pajuerano, mirálo al canducho!… ¡Soy yo, tu amiga Luli, la que ha caminado toda la tarde con vos y que recién te dijo que ya volvía!”

Las risas de ambos, en creciente complicidad, se confundieron con el rumor incesante del agua que, exigua, fluía por el angosto cauce del río transerrano y villadolorense.

Por: Jorge "Trueno" Soria - truenosoria92@gmail.com