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WARMIS PUSKANDERAS. El arte de crear lana y darle vida

En Traslasierra, Virginia, Angélica, Irma y Lourdes son mujeres de la comunidad boliviana que dan forma y color a vellones de lanas de oveja, manteniendo vivo el arte ancestral de hilar y tejer, convertido en un oficio para vivir.

“Verlas es cautivarse. Esos sutiles movimientos para abrir el vellón, retirar alguna impureza e ir alineando las fibras en una hebra; envolver con la hebra una mano y con la otra, hacer girar la puska (huso) para torsionar el hilo, mientras se lo afina delicadamente y se lo enrolla, en una coreografía exquisita que no tiene fin. Girar y girar, e ir dando el hilo, maravillosa tarea de las warmis puskanderas”.

Con ese texto, poesía, las presentan en las redes de las Familias Productoras del Monte de Traslasierra.

Oficio

Las warmis puskanderas a través del hilado hacen sus colchas y lo que necesitan para los hijos, para la familia y para vender. En una nota de Soledad Sgarella para el medio La Tinta, las mujeres dan cuenta del entrañable oficio.

“Ahorita, estamos trabajando juntas cuatro mujeres, mi tía Virginia y yo, que vivimos en Las Tapias; Angélica, que vive en Chuchiras, un pueblito cercano; y también Irma, que vive en Villa Dolores”, cuenta Lourdes.

Y añade: “Somos mujeres hilanderas, warmis puskanderas en nuestra lengua quechua. Con Virginia, nos juntamos a hilar, vamos al monte a buscar las plantas para teñir y, muchas veces, teñimos juntas. Las otras dos compañeras, muchas veces, hilan en sus casas, porque este trabajo lo hacemos a toda hora: hilamos en cuanto momento del día podemos”.

El proceso

Lourdes detalla el proceso: lo primero es conseguir los vellones de ovejas, de la gente que cría, porque ellas no tienen animales propios. A veces compran y a veces les regalan la materia prima tal como la sacan de los animales. “Nosotras, entonces, elegimos la lana que es linda para hilar, la limpiamos y la preparamos para hilar a mano, como es nuestra forma, con la puska o el huso, como le dicen acá”.

Los colores son variados: naturales y también teñidos; usando plantas que crecen en esta zona, forman un arcoiris de ocres, grises, verdes, rosados y amarillos. “Vamos al monte con las compañeras y con mis hijos, y traemos lágrimas del árbol o buscamos el suico, el romerillo, las moras, el algarrobo, la yerba de la piedra o la tuna amarilla y roja para teñir. Y para mí, es muy hermoso ver cómo con las plantas nosotras hacemos tantos colores y, cuando colgamos todos los hilos en la soga, se ve tan bonito. También tejemos prendas, chalecos, ponchos o al telar, podemos hacer caminos o colchas”, añade la artesana a La Tinta.

Vergüenza

El oficio se aprende de generación en generación y Lourdes relata que lo aprendió de niña, que veía hilar a sus abuelas, a su mamá y a todas las vecinas mujeres. Revela que, cuando se vino a estas tierras, tenía miedo o vergüenza de su quehacer, de sus saberes, pero que cuando le regalaron lana, poco a poco se fue animando y ahora trabaja de esto. Asevera que le encanta su oficio y que, al ver los hilos y sus colores, siente que le ayudan a vivir.

“Es muchísimo trabajo, pero yo lo sé hacer y lo puedo hacer, sin descuidar a mis hijos y a mi casa, y puedo tener mi ingreso, que es por mi trabajo. Antes, algunas personas me decían: ‘De qué vas a vivir si no sabés hacer nada’. Pero sí sé hilar, sé teñir, sé tejer. Yo me siento mejor, más fuerte con este trabajo, y cuando las personas me felicitan y dicen que son hermosas mis lanas, yo me siento feliz”, comparte la artesana en diálogo con La Tinta.

Contacto

Sgarella, en La Tinta, considera que hilar y tejer es mucho más que usar la puska: “Las producciones textiles de las warmis son, en sí mismas, tradición y arte vivo, son historia e identidad. Son manifestación cultural y son patrimonio inmaterial de Latinoamérica. Pero, sobre todo, el oficio de las puskanderas es el reflejo más claro de un trabajo que dignifica”.

Para información y compras, al WhatsApp +549 3544 636682.