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La «cultura del árbol» no debe faltar en la agenda política

Por primera vez, un trabajo científico demostró un vínculo claro entre la eliminación de bosques y el descenso en las precipitaciones. El estudio, publicado en la prestigiosa Revista Nature, se realizó sobre áreas tropicales del hemisferio sur, incluyendo al gran bosque chaqueño.

El sentido común, cimentado en la experiencia de las personas, indica que los microclimas se vuelven más secos al perderse la cubierta forestal, pero la evidencia científica aún no lo confirmaba.

Ahora, en base a un estudio de alcance global, los investigadores han demostrado una clara correlación entre la deforestación y la pérdida de precipitaciones a nivel regional. Se trata de un trabajo de la Universidad de Leeds, Inglaterra, que evaluó la información de 18 diferentes registros meteorológicos y satelitales para establecer posibles relaciones entre la pérdida de superficie boscosa y los cambios en el régimen de precipitaciones locales.

Esto viene a ratificar tesis elementales: matar árboles reduce la evapotranspiración y, por lo tanto, el resultado es menos disponibilidad de humedad para las precipitaciones. A su vez, la disminución en las lluvias tiene un efecto directo sobre los rendimientos agrícolas y también en la generación hidroeléctrica.

En este marco, los científicos vienen advirtiendo sobre “bucles” o fenómenos de retroalimentación que pueden generar una espiral de aceleración. Esto quiere decir que la menor disponibilidad de lluvias terminaría agravando la pérdida de bosques, porque la propia subsistencia de la foresta depende del agua que los árboles capturan del suelo para liberar a la atmósfera.

¿Qué hacer ante esta situación? Indudablemente es una temática mundial, que requiere una intervención de alcance global. ¿Pero qué podemos hacer aquí, en este Valle de Traslasierra?

En más de una oportunidad, El Ciudadano ha alertado que en nuestra zona la desforestación ha avanzado al ritmo de topadoras, nuevos loteos, incendios y mayor explotación agropecuaria; paralelamente, la falta de arbolado también se da en la trama urbana: hay calles que no cuentan con plantas y ni siquiera con cazuelas en casos extremos.

A ello se le suma que lastimosamente la flora nativa se encuentra en retroceso, a pesar de que posee adaptaciones específicas para el ambiente en el que vivimos, pudiendo soportar inclemencias climáticas como fuertes vientos y sequía.

En este contexto, avanzar en prácticas de forestación es una tarea urgente. La generación de un arbolado robusto, su promoción y conservación permitirán la formación de corredores biológicos, indispensables para mantener la salud del ambiente en el que vivimos y propender al bienestar general de esta comunidad.

Se viven los tiempos electorales y esta temática debiera formar parte de la agenda de todos los candidatos a ocupar funciones en los estamentos públicos. La “cultura del árbol” debe ser una política de Estado que tenga finalmente un inicio y una continuidad en el tiempo, más allá de los colores políticos de turno.