En más de una oportunidad, El Ciudadano ha recalado en los ruidos molestos y una vez más, ante la persistencia de estos, es menester hacer nuevamente foco en la temática.
Se da en esta comunidad un fenómeno perjudicial que debe ser considerado por las autoridades gubernamentales y la ciudadanía en general. Es un elemento de polución ambiental que puede ocasionar perjuicios en la salud de las personas. Se trata del ruido. Ese sonido que a altos decibeles, además de producir molestias y stress, puede generar trastornos como fatiga, dolor y hasta sordera parcial o total.
Ante esta situación, es necesario que se tomen medidas ante los perjudiciales sonidos provenientes del rugir de los escapes libres de automóviles y motocicletas, las principales fuentes perturbadoras que existen en Villa Dolores, San Pedro y Villa Sarmiento.
No se trata de una queja de un vecino amargado, anticuado o que padece insomnio. Sino una advertencia a la que se le debería prestar atención. Es inconcebible que los vecinos e incluso los mismos conductores de los rodados sometan su aparato auditivo a estos altos decibeles.
Se tiene que evitar que el ambiente sea colonizado por más torturas auditivas. En tal sentido, es crucial el compromiso y accionar consecuente de las autoridades gubernamentales en los ámbitos que les compete. También es cardinal que los ciudadanos sean responsables, evitando la propagación de ruidos y la sumisión innecesaria a decibeles inadecuados.
Tiempo atrás, la Municipalidad de Villa Dolores llevó adelante un atinado procedimiento de destrucción de escapes que no cumplían con los requisitos de sonoridad indispensables para el tránsito urbano, los cuales habían sido decomisados en el marco de controles vehiculares con secuestro de vehículos.
Darle continuidad a este tipo de acciones ante los escapes ruidosos, no sólo permitirá disminuir su cantidad y desalentar su instalación, sino que además impactará positivamente en la seguridad vial, el ambiente y en la tranquilidad pública.
Gran contaminante
Para la UNESCO, el ruido es uno de los más peligrosos contaminantes ambientales. Estar expuesto más de ocho horas diarias a un ruido que supere los 80 decibeles (generados por una simple máquina de café express) ya implica un riesgo auditivo. A partir de los 100 decibeles (un trueno muy fuerte o el sonido común de un boliche), el oído entra en situación de peligro. En tanto, el dolor empieza a los 120 decibeles (por ejemplo el estallido de un petardo).
Las consecuencias del ruido van desde la simple molestia hasta la sordera total, pasando por la fatiga, irritabilidad y el dolor. Además, el exceso de decibeles no solamente daña la audición, también disminuye el rendimiento en el aprendizaje, retrasa la recuperación de los enfermos, ocasiona stress, entre otras consecuencias indeseables, según los argumentos de la UNESCO.
El oído carece de mecanismos para regular los estímulos perjudiciales que recibe, que en esta comunidad están vinculados fundamentalmente con los vehículos con escapes que no cumplen con la normativa. ¡No hagamos oídos sordos!

