Un reciente accidente en la rotonda de Los Pozos, protagonizado por un conductor en evidente estado de ebriedad, aviva un debate urgente: la cultura de la “copa permitida” y su impacto directo en la seguridad vial. Un hecho que no dejó víctimas graves, pero que vuelve a exponer un problema estructural que Traslasierra aún no logra enfrentar con la contundencia necesaria.
El siniestro ocurrido días atrás en la rotonda de Los Pozos podría haberse sumado sin dificultad a la lista de tragedias que, cada año, enlutan a la región y al país. No lo hizo por azar. Esa palabra —azar— aparece demasiado seguido cuando analizamos situaciones que deberían evitarse con responsabilidad, controles adecuados y decisiones conscientes. En este caso, el protagonista fue un hombre de 74 años que, bajo los efectos del alcohol, embistió un vehículo estacionado en plena Ruta 14. Dentro de ese auto se encontraba una persona de 38 años, que tuvo la mala suerte de estar en el lugar exacto donde otra persona decidió conducir sin estar en condiciones de hacerlo.
Este episodio, más allá de su aparente simpleza, es un retrato fiel de un problema profundo: la normalización del consumo de alcohol al volantea pesar de las costosas multas que aplica la Policía Caminera. En Traslasierra, como en tantos rincones del país, la frase “es solo una copa” se pronuncia con total naturalidad, como si la química, la física y las estadísticas pudieran doblarse ante el deseo social de no modificar hábitos arraigados. Pero la realidad es implacable: el alcohol disminuye reflejos, altera la percepción del riesgo, reduce la capacidad de respuesta y transforma cualquier maniobra cotidiana en un acto con potencial destructivo.
Las cifras nacionales son claras y consistentes. Año tras año, la alcoholemia figura como uno de los principales factores de siniestros viales, junto al exceso de velocidad y la distracción. Esto no es una coincidencia, ni un fenómeno aislado, ni un problema que pueda atribuirse a una minoría. Es una conducta extendida y, en muchos casos, socialmente tolerada. Ese es el núcleo más preocupante: la tolerancia cultural. La idea de que “manejar después de un par de tragos” no es un acto de irresponsabilidad grave, sino apenas un “descuido”, un gesto que el entorno suele relativizar, incluso justificar.
Pero basta observar el lugar del accidente en Los Pozos para entender que no hablamos de un simple error. Un conductor alcoholizado al mando de un vehículo es, en términos concretos, un factor de riesgo móvil. No se trata solamente de su integridad física: compromete la vida de peatones, motociclistas, ciclistas, familias completas y otros automovilistas que respetan las reglas. La carretera no es un ámbito privado; es un espacio compartido donde cada decisión individual tiene consecuencias colectivas.
Por eso este incidente, sin víctimas fatales pero cargado de advertencias, debería encender alarmas que no siempre queremos escuchar. Si la región pretende crecer, recibir turismo, reforzar su infraestructura y mejorar su movilidad, la seguridad vial no puede quedar relegada a campañas esporádicas ni a controles de la Policía Caminera que dependen del calendario, el humor social u horarios en los cuales el riesgo es nulo. Es necesario sostener políticas de alcohol cero, fortalecer los operativos preventivos, educar desde edades tempranas y, sobre todo, cambiar esa inercia cultural que invita a mirar hacia otro lado e incluso “aplaudir” a quien vulnera la normativa de alcoholemia cero.
No es casual que cada vez más provincias y municipios avancen hacia legislaciones estrictas. La evidencia lo respalda: donde hay control sostenido y tolerancia cero, los siniestros vinculados al alcohol disminuyen de manera significativa. Donde se insiste en la permisividad, los números vuelven a subir.
Este accidente en Los Pozos no debe ser un dato más en la crónica policial. Debe ser un espejo incómodo que nos obligue a revisar hábitos, discursos y prioridades. Porque ninguna costumbre vale más que una vida. Y porque la combinación de alcohol y conducción no es un riesgo: es una certeza de daño. El desafío es actuar y respetar la estricta norma de la alcoholemia cero antes de que la suerte decida por nosotros.
• El Ciudadano

