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Timoteo Bustos, el legendario charro mejicano

Timoteo Bustos era un artista. Un charro mejicano que se ideó y se construyó a sí mismo. Un personaje entrañable de la cultura dolorense que logró despertar la atención que todo hombre dedicado al arte desea de su público.

Fue capaz de conseguir un espacio en la memoria colectiva de un pueblo, de volverse inmortal a través de los recuerdos que se suscitan cada vez que se habla de los personajes de esta comunidad.

Protagonista de decenas de historias, especialmente de festejos y de encuentros casuales que lo encontraban siempre llamando la atención, como la estrella artística que él creía ser.

Estaba completamente convencido de sus condiciones como músico, que acompañaba con un estilo único, caracterizado por su infaltable sombrero mejicano, sus botas y el traje de charro, que eran creados artesanalmente por él mismo.

Su mejor escenario era la calle y los espacios públicos. Allí confraternizaba con su gente. En esos lugares, cantaba sin tacañerías y soplaba su armónica, que acompasaba con un amplificador casero.

Tenía admiradores y opositores, pero nada le impedía desarrollar su actividad artística, la cual también presentaba en fiestas, reuniones, asados y en cualquier lugar que hubiera un público al que se pudiera seducir.

El arte, a su modo de hacerlo, era su vida y estaba muy orgulloso de ello, aunque su mejor obra fue la de nunca pasar inadvertido.

Timoteo nació el 20 de noviembre de 1922 en Luyaba. No sabía leer ni escribir y subsistía componiendo algunos calzados, pero su verdadera profesión era la de entonar música de temática mejicana, así él lo entendía.

Vivió en una casa humilde, se casó y tuvo hijos. Luego quedó solo, cuando su mujer e hijos lo dejaron cansados de la pobreza, mientras el charro se dedicaba de lleno al canto.

El artista, para la tristeza de todos, dejó este mundo el 12 de septiembre de 1988, en un lamentable accidente de tránsito, al caer al pavimento cuando descendía de un colectivo que posiblemente aún no se había detenido.

Ese trágico día, por primera vez desde el inicio de su “gloriosa” carrera artística, provocó el sentimiento contrario a la alegría que él siempre quiso generar. En esa jornada, la tristeza se generalizó, ya que las calles de la ciudad y celebraciones del pueblo transerrano no lo tendrían más como protagonista.

Una voz se apagaba, pero su condición de leyenda se elevaba, se ratificaba para quedar en la historia de una comunidad plagada a lo largo del tiempo de personajes que tarde o temprano son motivo de cariño comunal.

Logró lo que deseaba, consiguió meterse en la historia, en el recuerdo de la gente, algo que no todos los artistas logran, menos aun los que se ven obligados a inventarse a sí mismos.

Archivo El Ciudadano

***

Personaje de mi pueblo, por Eli Bonel

Sabes tú que en ese pueblo

donde yo he pasado mis años

vive un cierto personaje

un poco, quizás, extraño.

Se pasea por las calles

con su traje negro y bordado

y hecho con grandes monedas

luce su cinto lateado.

Le da un aire mejicano

su particular sombrero

pero es hombre de mi pueblo

lo llaman Timoteo.

Si un oficio le ofrecieran

que realice con gran empeño

el del artista sería

y lograría su sueño.

Una armónica ejecuta

y la calle es su escenario

donde quedará su historia

como un cuento legendario.

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