Las recientes declaraciones del ambientalista Guillermo Galliano reavivaron el debate sobre el futuro de la Pampa de Achala y la Quebrada del Condorito. En el centro del conflicto, dos temas que definen la vida de las sierras cordobesas: el agua y el fuego. ¿Hasta dónde puede avanzar la producción sin comprometer el equilibrio natural?
La Pampa de Achala vuelve a ser escenario de una vieja discusión que parece no agotarse nunca. Desde el corazón de las sierras grandes, esa vasta superficie que alimenta con sus vertientes a los ríos más importantes de Córdoba, se levanta una pregunta crucial: ¿quién cuida el agua cuando se avanza sobre la naturaleza?
El disparador fue una entrevista radial. En declaraciones a Radio Mitre Córdoba, Guillermo Galliano, director de la Fundación Mil Aves, respondió con dureza al productor rural Francisco Becerra, quien había acusado a los organismos ambientales y al Parque Nacional Quebrada del Condorito de “abandonar el territorio” y permitir la proliferación de “maleza” responsable —según su visión— de los incendios.
Galliano no tardó en retrucar. “La Pampa de Achala es el tanque de agua de Córdoba. Es una gran esponja natural que regula los flujos de arroyos y vertientes. Si se pierde el suelo, perdemos el efecto esponja y la capacidad de tener vertientes todo el año”, advirtió. Detrás de esa imagen poética pero certera hay una advertencia técnica: la ganadería de gran porte, cada vez más extendida en la zona, está erosionando el suelo, reduciendo la cobertura vegetal y alterando un sistema hidrológico que funciona, literalmente, como el corazón hídrico de la provincia.
La tensión no es nueva. Desde hace décadas, los productores reclaman poder mantener sus rodeos dentro del área de influencia del Parque Nacional y en zonas cercanas a las nacientes de los ríos. Argumentan que la actividad ganadera forma parte de la identidad serrana y que su control evita la acumulación de biomasa —la “maleza”— que alimenta los incendios. Pero Galliano desmonta esa narrativa: “Los incendios son, en su mayoría, intencionales. Se queman los campos para forzar el rebrote del pasto que luego se destina al ganado. No es la maleza la que provoca el fuego, sino una práctica antrópica que agrava el problema”.
El ambientalista apunta así a una de las heridas más profundas de la sierra cordobesa: el uso del fuego como herramienta de manejo. Una práctica que, aunque ancestral, hoy se enfrenta a un contexto climático extremo, con sequías prolongadas, vientos intensos y suelos cada vez más frágiles. Lo que antes podía controlarse, hoy se vuelve una amenaza de magnitud.
El otro frente de disputa es el discurso sobre la fauna. Becerra había señalado que los cóndores bajan a los basurales porque ya no encuentran carroña en el monte. Galliano, sin embargo, desmintió esa versión con datos: la población de cóndores andinos se mantiene estable y con buen estado sanitario. “No faltan animales muertos en la naturaleza; lo que falta es responsabilidad humana en la gestión del ambiente”, subrayó.
En el fondo, el conflicto trasciende nombres propios. Lo que se pone en juego es un modelo de convivencia entre la producción rural y la conservación ambiental. Achala es una región emblemática no solamente por su belleza agreste o por albergar al majestuoso cóndor, sino porque de su equilibrio depende el abastecimiento de agua para millones de cordobeses.
Frente a ese valor estratégico, el desafío es doble: proteger el ecosistema sin desconocer la realidad de las familias que históricamente vivieron del campo. Pero para lograrlo se requiere una planificación integral y políticas que superen la lógica del enfrentamiento.
Mientras tanto, Achala sigue allí, silenciosa y castigada, observando cómo los humanos debaten sobre su destino. La “gran esponja” que da vida a los ríos espera que, esta vez, las palabras no se las lleve el viento.

