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Un año sin túneles, la herida abierta de Taninga

El cierre del Camino de los Túneles cumple un año y la comunidad de Taninga aún espera respuestas. Comerciantes, artesanos y familias que vivían del turismo quedaron a la deriva. La promesa oficial de una reapertura parcial renueva la esperanza, aunque el daño económico y emocional ya está hecho.

Hace doce meses, las montañas que enmarcan el Camino de los Túneles dejaron de recibir visitantes. El fuego, que arrasó con la vegetación y dañó la estructura rocosa del lugar, obligó a Vialidad a clausurar la ruta por riesgo de derrumbe. Desde entonces, el silencio reemplazó al bullicio de turistas y la postal de Taninga se volvió una metáfora de espera.

En ese paisaje detenido en el tiempo, 13 comedores, junto a kioscos y puestos de artesanías, permanecen con las puertas entreabiertas, como si aguardaran a los viajeros que ya no llegan. “Es como tener la mesa servida y que nadie se siente a comer”, grafica el dueño de un parador que hasta el año pasado ofrecía cabritos y empanadas a los visitantes.

La comunidad atravesó un cambio abrupto. De días de gran movimiento, con colectivos de excursiones y familias recorriendo los túneles, pasaron a la nada. La falta de ingresos no solamente golpeó los bolsillos: también afectó la autoestima y el ánimo de quienes construyeron sus proyectos de vida alrededor del turismo.

Recién en marzo comenzaron las obras de reparación. Hoy, unos 50 obreros trabajan en la zona y el anuncio oficial sostiene que antes de fin de año quedará habilitado el tránsito hasta el tercer túnel, de los cinco que conforman el recorrido. Será una reapertura parcial, pero suficiente para devolver algo de aire a los comercios que dependen de ese flujo de visitantes.

“Lo que más duele es ver el esfuerzo parado. Uno invirtió, soñó, y de repente todo se frenó. Pero seguimos esperando, porque sabemos que la gente va a volver”, dice Iliana Más, una de las comerciantes afectas en una de sus tantas declaraciones a la prensa desde el inicio de la clausura del camino.

La reapertura promete devolver movimiento a un pueblo que vive del turismo. Sin embargo, el verdadero desafío será sanar la herida emocional de un año de silencio en un lugar que supo ser sinónimo de encuentro, naturaleza y vida.