El sonido metálico de los escapes empezó a escucharse desde temprano. Uno tras otro, los rugidos de las motos fueron marcando el pulso del fin de semana largo en Villa Dolores, convertida —una vez más— en el epicentro del Motoencuentro nacional.
Miles de bikers provenientes de todo el país y de países vecinos desembarcaron en el Camping Piedra Pintada, donde el aire se mezcla con el olor a combustible, el aroma de los asados y la energía de una hermandad sin fronteras. Es un idioma universal: el del motor que late, el del viento que golpea el rostro y el de la pasión compartida sobre dos ruedas.
El sábado, la tradicional caravana de motos atravesó las calles de la ciudad, dibujando un espectáculo sonoro y visual que atrapó a grandes y chicos. Vecinos apostados en las veredas y turistas con cámaras en mano saludaban al paso de las motos relucientes, algunas verdaderas joyas mecánicas convertidas en orgullo de sus dueños.
Más tarde, el Paseo del Parque fue escenario de exhibiciones y destrezas, donde los aplausos acompañaron a los más audaces en maniobras que desafiaban el equilibrio y la física. Entre tanto, la música en vivo, los puestos gastronómicos completaban el clima festivo que hace del Motoencuentro una experiencia total.
Pero detrás del ruido y la velocidad, hay algo más: el impacto social y económico que este evento deja cada año. Hoteles y cabañas con ocupación, restaurantes y bares colmados, comercios que multiplican ventas y un movimiento turístico que reactiva la economía local.
En cada esquina de Villa Dolores, se siente que el Motoencuentro es más que una cita de moteros: es una celebración de la libertad, la amistad y la identidad de una ciudad que abre sus puertas con hospitalidad y orgullo.
El fin de semana sigue, y el eco de los motores —como un himno— seguirá sonando hasta el último atardecer. Porque en Villa Dolores, cuando rugen las motos, late el alma de toda una comunidad.