Reconoció haber matado, descuartizado, hervido y desechado el cuerpo de Omar Cabrera. La brutalidad del caso conmocionó a Traslasierra y tuvo amplia repercusión nacional.
En un fallo que marca el cierre de uno de los crímenes más estremecedores en la historia reciente de Traslasierra, la Cámara del Crimen de Villa Dolores condenó este miércoles a 13 años de prisión a María Emilse Molina, de 48 años, quien en abril de 2024 asesinó brutalmente a su ex pareja, Omar Eduardo Cabrera, y luego intentó hacer desaparecer el cuerpo con un grado de violencia que sacudió a la opinión pública nacional.
El caso se resolvió mediante un juicio abreviado, en el que la imputada admitió su culpabilidad y aceptó la pena acordada entre su defensor, el abogado público Joaquín Contrera, y el fiscal de Cámara Sergio Cuello. La condena, por homicidio simple, fue homologada por el juez Santiago Camogli, quien dejó firme el fallo tras la renuncia de ambas partes a presentar apelaciones.
Durante la breve audiencia realizada en los tribunales de Villa Dolores, Molina rompió en llanto, pidió perdón y bajó la cabeza, según consigna el portal La Otra Mirada. Asistida por personal del Servicio Penitenciario de Bouwer, respondió con monosílabos las preguntas formales del magistrado. La mujer no tenía antecedentes penales.
Un crimen con rasgos de crueldad extrema
El crimen tuvo lugar entre el 24 y el 27 de abril de 2024, en la vivienda de Molina en el barrio Costa del Sol, en la localidad de Nono. La investigación determinó que golpeó a Cabrera con un palo de amasar en la cabeza, provocándole un traumatismo craneoencefálico con hemorragia cerebral. Luego, descuartizó el cuerpo con una cuchilla, hirvió los restos en ollas y los repartió en bolsas de consorcio negras, que esparció en distintos puntos de la cola del Dique La Viña, en Las Rabonas.
Las escenas reconstruidas por los investigadores reflejan una logística macabra: Molina transportó las bolsas en colectivo, en varios viajes, para dispersarlas en diferentes zonas del embalse.
Cabrera, de 58 años, oriundo de Buenos Aires y ex miembro del Ejército Argentino, vivía en Mina Clavero desde hacía ocho años. La pareja había compartido trabajo en un restaurante de Arroyo de Los Patos, donde ella era cocinera y él se desempeñaba como banderillero.
De la desaparición a la confesión
La desaparición de Cabrera fue denunciada el 1 de mayo, tras varios días sin contacto. Más de 50 efectivos, entre policías, bomberos y personal del DUAR, participaron en el operativo de búsqueda. La clave llegó cuando Molina confesó el crimen y guió a los investigadores hasta el lugar donde había desechado los restos.
El hallazgo de varias bolsas con partes humanas en cercanías del dique no dejó dudas sobre la brutalidad del hecho. La fiscal de Instrucción de Villa Cura Brochero, Analía Gallarato, dirigió una instrucción minuciosa que incluyó allanamientos, pericias genéticas, psicológicas, encuestas vecinales y apertura de teléfonos celulares. Los informes psicológicos calificaron a Molina como una persona manipuladora, plenamente consciente de sus actos.
El cambio de carátula: de homicidio calificado a simple
Inicialmente, Molina había sido imputada por homicidio calificado por codicia, bajo el argumento de que buscaba beneficiarse económicamente tras el crimen. Según la fiscalía, utilizó la tarjeta de débito de la víctima y realizó transferencias con su celular. Sin embargo, la Cámara del Crimen de Cruz del Eje aceptó el planteo de la defensa y recalificó el hecho como homicidio simple, al no considerar probado el “apetito desordenado de riqueza” requerido para sostener el agravante.
Un dato determinante fue el hallazgo de casi tres millones de pesos en la casa de Cabrera, que Molina no retiró, lo que a criterio del tribunal debilitó la hipótesis del móvil económico.
Un final judicial, pero no moral
Con el fallo dictado este miércoles, el caso judicialmente se da por concluido. Sin embargo, el impacto social y simbólico de este crimen continúa vigente. La historia de una mujer que mató, descuartizó, hirvió y desechó el cuerpo de su ex pareja con una frialdad desconcertante, dejará una marca indeleble en la memoria colectiva de Traslasierra.
La sentencia no solo cerró un expediente penal, sino que volvió a exponer la compleja relación entre violencia, vínculos personales y justicia penal en casos donde el horror supera los márgenes de lo imaginable.