Corría octubre de 1970 cuando Villa Dolores se detuvo un instante para rendir homenaje a quienes, con su vida y su obra, habían dejado una huella imborrable en la ciudad. En ese año, bajo la gestión de Jorge Aseff, quien se encontraba al frente del Ejecutivo (26-01-70 a 25-05-71), se firmó el Decreto N° 203 que designó como Vecinos Beneméritos a ocho figuras que encarnaban la dedicación, la filantropía y el compromiso con la comunidad.
Entre ellos, Benito Segundo Iglesias, dos veces intendente, cuyo liderazgo dejó profundas marcas en la infraestructura y las instituciones locales; y Ernesto Severo Castellano, médico, filántropo, historiador y legislador, recordado como un verdadero padre para los necesitados, cuyo desinterés por la recompensa personal marcó a generaciones enteras.
También fueron homenajeados Oreste Alejandro Zerega, médico y creador de escuelas; Rosalía Drugy, religiosa francesa que iluminó con su vocación la vida de los más vulnerables; y Eduardo Méndez Alegre, médico y veterinario cuyo ejercicio profesional se combinó con la ejemplaridad personal y familiar.
El reconocimiento alcanzó a quienes, con esfuerzo y visión, transformaron la ciudad: Cleofás Manzanares, empresario español que consolidó industrias y servicios locales; Fortunato Badra, comerciante sirio que levantó un emblemático edificio en Belgrano y Alejo C. Guzmán, hoy declarado patrimonio arquitectónico; y Corina Micheletti de Fiaschi, italiana, empresaria en hotelería y símbolo de la acción altruista más allá del hogar, dedicada incluso al cuidado de los cementerios de la ciudad.
El decreto destacaba la necesidad de mantener vivos los ejemplos de conducta al servicio de la comunidad, para que las nuevas generaciones comprendieran que el progreso y los valores más altos son la continuidad de vidas dedicadas al bienestar colectivo. Se señalaba la importancia del alto contenido espiritual de estas acciones, que forman la esencia de la historia de Villa Dolores y la identidad de su gente.
Hoy, próximo a cumplirse 55 años de aquel acto, sus nombres siguen resonando como faros de compromiso y humanidad. Recordarlos no es simplemente un acto de memoria, sino una invitación a valorar la solidaridad, el trabajo desinteresado y el amor por la ciudad que dejaron sembrado en cada escuela, hospital, comercio y hogar.
El reconocimiento de 1970 se convirtió en un hito que une generaciones y que corrobora que, detrás de cada obra pública o gesto de filantropía, hay personas cuya vida merece ser ejemplo para todos. Villa Dolores sigue celebrando, más de medio siglo después, la esencia de quienes hicieron de la ciudad un lugar más humano.