En Córdoba, el mes pasado dejó una marca difícil de ocultar. Más allá de los números y porcentajes, detrás de cada dato hay historias de familias que, obligadas por la crisis económica, tuvieron que resignar algo tan básico como una comida diaria.
El reciente informe del Centro de Almaceneros de la Provincia reveló que el 50% de los hogares encuestados suspendió alguna comida habitual, siendo la cena la más sacrificada, reemplazada por meriendas más livianas. Vanesa Ruiz, gerenta de la entidad, señala que “muchos eligen merendar tarde para intentar suplir la última comida del día”.
Lo que preocupa aún más es que un tercio de esas familias reconoció haber sentido hambre sin poder satisfacerla. Cerca del 19% debió salir a pedir alimentos o dinero para subsistir, y un 17% se quedó sin provisiones en pleno mes.
Estas cifras reflejan una realidad dura y cotidiana que se vive en las casas cordobesas, donde el esfuerzo por alimentar a los suyos se enfrenta día a día con el aumento constante de precios y la incertidumbre económica. En medio de la anunciada desaceleración de la inflación, el hambre sigue siendo un desafío pendiente que afecta la dignidad y el bienestar de miles de vecinos.
Este panorama pone en relieve la necesidad urgente de políticas sociales efectivas que lleguen a quienes hoy luchan por llenar sus mesas, recordándonos que la verdadera dimensión de la crisis no siempre se mide en números, sino en la cotidianeidad de quienes la sufren.