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La vitivinicultura en Traslasierra, una historia de adaptación

Traslasierra, en el corazón de Argentina, ha experimentado una evolución única en su producción de vino desde finales del siglo XIX. Aunque en 1895 la viticultura era incipiente, con solo 96 metros cuadrados de viñedos en Minas, en las décadas siguientes la región vio un notable crecimiento. A medida que aumentaba la demanda de vinos de calidad, también lo hacían los esfuerzos de regulación, con la implementación de medidas como la creación de la Junta Reguladora de Vinos y la Ley General de Vinos. Esta historia refleja la capacidad de adaptación de la región a los cambios y retos del sector.


En el crisol de la vitivinicultura argentina, Traslasierra fue protagonista de una evolución singular en la productividad vitivinícola entre 1895 y 1930. Según los datos suministrados por Carmen Marietan, el Censo Nacional de Población de 1895 reveló que, aunque el cultivo de la vid ya era conocido en la región, la producción de vino en Minas apenas ocupaba 96 metros cuadrados, una cifra pequeña en comparación con localidades como San Javier y Pocho. Sin embargo, la mayor concentración de viñedos se encontraba en los departamentos de Pocho y San Alberto, donde se distinguían por su predominancia en la viticultura.

Ya para 1914, el Tercer Censo Nacional indicó que Traslasierra contaba con 68 explotaciones vitivinícolas, variando su extensión entre 25 y 500 hectáreas. La mayoría de estas tierras pertenecían a propietarios argentinos, con predominio de pequeñas propiedades, un dato que contrasta con la gran presencia extranjera en otras zonas del país. En ese entonces, el Departamento Pocho no registraba explotaciones vitivinícolas, aunque el uso de riego mediante bombas, molinos a viento y motores diversos era ya común en la región.

A lo largo de los años, la demanda de calidad y control sobre la producción se hizo más evidente. En 1916, el gobernador Ramón J. Cárcano solicitó al Ministro de Agricultura de la Nación que se llevaran a cabo análisis de los vinos en la Oficina Química Nacional, debido a las demoras en la provincia de Mendoza. En ese mismo periodo, se destacaba la producción de vinos finos en Los Pozos, como los de Osuna y Laje, que lograron destacarse gracias a su participación en la Exposición Industrial de Córdoba de 1931.

A partir de 1932, surgió una nueva bebida alcohólica en la región, el «Achalai», mientras que Osuna y Laje consolidaban su viñedo de 85 hectáreas, obteniendo variedades de gran calidad. En un contexto de creciente regulación, la inauguración de la Bodega Estatal en San Juan en 1932 y la creación de la Junta Reguladora de Vinos en 1935 marcaron un cambio crucial para evitar la saturación del mercado y las adulteraciones. El Gobierno Nacional comenzó a comprar la producción, indemnizando a los viñateros y fomentando la creación de cooperativas bodegueras.

En 1936, el Primer Censo Nacional de Vinos reveló la existencia de bodegas en los departamentos de San Alberto y San Javier, lo que permitió triplicar la disponibilidad de vino en la región. Sin embargo, la sobreproducción y las adulteraciones continuaron siendo un desafío, lo que llevó al gobierno a imponer restricciones y a la Ley General de Vinos de 1938, que buscaba asegurar la calidad del vino y regular la producción en todo el país.

Este recorrido por la historia de la vitivinicultura en Traslasierra muestra cómo la región se adaptó a los cambios en la demanda, la regulación y la necesidad de garantizar la calidad de sus productos. La tradición vitivinícola en Córdoba, aunque afectada por altibajos en la producción y la comercialización, logró mantenerse a través de políticas de control y adaptación, sentando las bases para el futuro de la industria.

• Este reportaje se basa en los datos e investigaciones proporcionadas por Carmen Marietan.